Un día, hace cientos de años, el Dios Quetzalcóatl decidió viajar por todo el Anáhuac, Su aspecto era el de una serpiente adornada con plumas de color verde y dorado, así que para no ser reconocido, adoptó forma humana y salió a caminar.
Subió altas montañas y atravesó espesos montes sin descanso, al final de la jornada, se sintió agotado. Había caminado tanto que decidió que era la hora de detenerse a descansar para recobrar las fuerzas. Satisfecho por todo lo que había visto, se sentó sobre una piedra en un claro del monte, dispuesto a disfrutar de la tranquilidad que le proporcionaba la naturaleza.
Era una preciosa noche de verano. Las estrellas brillaban y cubrían el cielo como si fuera un enorme manto de diamantes y junto a ellas, una anaranjada luna parecía que lo vigilaba todo desde lo alto. El dios pensó que era la imagen más bella que había visto en su vida.
Al cabo de un rato se dio cuenta de que junto a él, había un pequeño conejo que le miraba sin dejar de masticar algo que llevaba entre los dientes.
¿Qué comes, pequeño conejo?
Sólo zacate fresco. Si quieres puedo darte un poco.
Te lo agradezco mucho, pero los humanos no comemos hierba.
Pero entonces ¿qué comerás? Se te vé muy cansado y de seguro tienes mucha hambre.
Tienes razón, imagino que si no encuentro nada que llevarme a la boca, moriré de hambre.
El conejo se sintió fatal ¡No podía consentir que eso sucediera! Se quedó pensativo y en un acto de generosidad, se ofreció al dios.
Tan sólo soy un pequeño conejo, pero si quieres puedo servirte de alimento. Cómeme a mí y así podrás sobrevivir.
El dios se conmovió por la bondad y la ternura de aquel animalito. Estaba ofreciendo su propia vida para salvarle a él.
Me emocionan tus palabras – le dijo acariciándole la cabeza con suavidad.
A partir de hoy, siempre serás recordado. Te lo mereces por ser tan bueno.
Tomándole en brazos le levantó tan alto que su figura quedó estampada en la superficie de la luna. Después, con mucho cuidado, le bajó hasta el suelo y el conejo pudo contemplar con asombro su propia imagen brillante.
Pasarán los siglos y cambiarán los hombres, pero allí estará siempre tu recuerdo.
Su promesa se cumplió. Todavía hoy, si la noche está despejada y miras la luna llena con atención, descubrirás la silueta del bondadoso conejo que hace muchos, muchos años, quiso ayudar al dios Quetzalcóatl.