El evento meteorológico causó inundaciones, vientos fuertes, deslizamientos de tierra en diversas comunidades, desbordamiento de ríos, caídas de árboles que bloquearon accesos de las vías, pérdida de servicios básicos como agua, luz e internet. Desde su llegada, se han implementado medidas de emergencia para garantizar la seguridad de los habitantes y mitigar los daños.
Aunque inició en el estado de la Florida como huracán, se degradó a tormenta en las montañas de Carolina del Norte, afectando a la región el pasado 26 y 27 de septiembre, con lluvias intensas y ráfagas de viento que alcanzaron más de 80 mph. Las áreas más impactadas incluye los condados de Buncombe, Henderson, McDowell, Transylvania, entre otros, los cuales reportaron daños significativos.
Las pérdidas humanas están por confirmarse, hasta que se detengan los operativos de rescate. Igualmente, los daños ocasionados a la infraestructura son invaluables por ahora debido a la magnitud del desastre. “Es una de las tormentas más graves de la historia moderna en Carolina del Norte”, expresó el gobernador del estado, Roy Cooper, en un comunicado.
Los equipos de emergencia están en alerta máxima y han sido desplegados para realizar operaciones de rescate altamente riesgosas y asistencia. La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) y las autoridades estatales están trabajando en conjunto para proporcionar apoyo a las comunidades afectadas.
Por otra parte, las organizaciones sin fines de lucro están haciendo las alianzas posibles para lograr que los recursos sean entregados a todos por igual, pues toneladas de ayuda han sido recibidas desde todas partes del país, para dar soporte a las comunidades afectadas en estos momentos difíciles.