No nacieron en Japón sino en México durante la Segunda Guerra Mundial, y la historia detrás de ellos parece película de espías internacionales.
En 1943 se volvió común ver fuera de una vecindad del barrio de La Merced, a decenas de personas formadas para comprar la botana novedad del momento, unos cacahuates descascarados cubiertos por una capa tostada a base de trigo con soya.
Quien fabricaba aquel sencillo manjar era Yoshihei Nakatani Moriguchi, un hombre bajito originario de Japón con 33 años de edad, quien meses atrás se había quedado sin trabajo después del obligado cierre en México de las compañías de su patrón, el empresario nipón Heijiro Kato, narra el texto El Cacahuate Japonés que nos legó la familia Nakatani.
Aquellas clausuras habían sido ordenadas por el gobierno mexicano luego de señalar que Kato era espía del imperio japonés algo muy peligroso en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, así que junto con otros japoneses importantes en México lo colocaron en un barco y lo enviaron de regreso a su país.
Le clausuraron su prestigioso almacén El Nuevo Japón, fuerte competidor de El Palacio de Hierro y Liverpool, así también cerraron su fábrica de botones de concha nácar en la que trabajaba el joven Yoshihei Nakatani.
Quedarse sin trabajo tal vez no hubiera sido tan preocupante para Nakatani si no fuera porque recién se había casado con una chica mexicana del barrio de La Merced de nombre Emma, con quien ya tenía hijos.
La necesidad hizo que el matrimonio empezará por fabricar muéganos, luego inventaron una fritura de trigo y sal a la que nombraron oranda, como la raza de carpas japonesas y por último buscaron crear una botana a base de cacahuate, soya y harina de arroz, Yoshihei se dio cuenta de que este último ingrediente no existía en México, así que lo sustituyó por harina de trigo.
El resultado de esta fusión fue un golpazo comercial, decenas de personas se amontonaban afuera de la vecindad de la calle de Carretones, barrio de La Merced, donde Nakatani y su familia vivían, para comprar los cacahuates del japonés. Aquellos primeros clientes no tardaron en bautizarlos como cacahuates japoneses, que es el nombre que conservan hasta la actualidad.
Tenían que aprovechar la buena racha que no sabían cuánto tiempo iba a durar.
Yoshigei y Emma dejaban a sus hijos a cargo de la venta en la vecindad para así poder salir a comercializar sus cacahuates, ahora envueltos en papel celofán, a las calles aledañas.
De inmediato los dueños de dulcerías del mercado de La Merced empezaron a hacerles pedidos en cantidades que nunca se habrían imaginado.
Para 1950 Elvia, cuarta hija del matrimonio, dibujó una geisha por encargo de su padre, dicha ilustración sirvió como el primer rostro de sus cacahuates japoneses, a los que nombró Nipón, ante el éxito comercial, grandes productores de botanas en México aprovecharon que la familia Nakatani no patentó la elaboración del cacahuate japonés y empezaron a fabricarlo en masa.
Fue así como al despertar de la década de 1980 hubo un boom del consumo y venta del cacahuate japonés en México.
Poco a poco, los Nakatani fueron relegados a los peldaños más bajos del negocio, situación que empeoró con la llegada, ahora, de marcas patito.