Si bien la mayoría de los anfibios superan su fase acuática para comenzar su vida en tierra, el ajolote conserva en gran parte sus características larvales y pasa su vida adulta en el agua. Sin embargo, continúa creciendo y llega alcanzar hasta 30 cm de largo.
La mayoría de los ajolotes son negros o marrones moteados, pero también existen variedades con piel blanca y branquias rosadas o rojas.
A cada lado de la cabeza, el ajolote cuenta con unas cuantas branquias externas con aspecto de plumas que le proporcionan oxígeno y su aspecto único. Los ajolotes adultos tienen pulmones pero dependen principalmente de estas branquias para respirar.
Al nacer, los ajolotes no cuentan con patas, las desarrollan unas semanas más tarde.
Los ajolotes fueron nombrados tras el dios azteca del fuego y el rayo, Xolotl, que podía adoptar la forma de una salamandra. Xolotl también está relacionado con perros, y “atl” es la antigua palabra azteca para decir “agua”, por lo que “axolotl” a veces se traduce como “perro de agua”.
Aunque están casi extintos en la naturaleza, los ajolotes se desarrollan bien en cautiverio. Debido a sus características únicas, es común verlos tanto en peceras domésticas como en los laboratorios de investigación.
Además de poder regenerar partes de su cuerpo, como el corazón, la columna vertebral y el cerebro, los ajolotes pueden aceptar órganos y extremidades trasplantados de otros ajolotes sin riesgo de rechazo, un rasgo que los hace interesantes en el campo de la investigación médica.
Su amenaza es la degradación del hábitat, contaminación, pesca, depredadores no nativos, comercio de mascotas.